martes, 29 de abril de 2014

Capítulo Tres | La Revelación

-No puede ser. No puede ser -murmuró Doira buscando a su hermana-. ¡Estaba aquí! ¡Todo ha sido por tu culpa!
-¿Qué? -exclamó Melión, claramente ofendido-. ¡Yo no he sido el que se ha tirado a tus brazos!
Caminaron un rato por el bosque, al tiempo que llamaban a Nahirana rogándole que volviera a casa, y sobre todo a La Cosecha. Cuando ya llevaban un rato buscándola vieron aparecer a una persona corriendo, pero no era Nahirana, sino India, la mejor amiga de Doira, sorteando las ramas.
-¡Chicos! ¡Doira! ¡Melión! ¡La Cosecha, ha empezado! -gritó esta casi sin aire-. Doira, si no vuelves ya no te va a tocar nada de comida, tienes que estar en el Sorteo.
-No puedo. Estoy buscando a mi hermana -dijo tajantemente la chica.
-Doira, piensa por favor -suplicó su amiga-.Es la comida de tu familia, de todo un año. Tienes que estar allí.
-Melión, ve tú por mí.
-De acuerdo, veré lo que puedo hacer -hizo una pausa-. No lo sé, no te aseguro nada.
-¡Gracias Melión, muchas gracias! -le abrazó, profundamente agradecida.
Mientras que Melión e India se marchaban rápidamente a La Cosecha, Doira continuó la búsqueda, hasta que cayó la noche, sin resultados. Pensó en volver a su casa, pero era muy tarde y le daba miedo atravesar el bosque, oscuro y misterioso. Además, ella conocía un sitio para dormir. Se trataba de dos piedras muy grandes juntas y otra encima, una especie de cueva. Al menos no tendría que dormir al raso. Era su lugar favorito del bosque y a menudo iba allí, hasta se había llevado una manta para cuando estuviera mucho tiempo. Doira se quedó hasta muy tarde pensando en su hermana, en su madre Reina, y la comida de La Cosecha, pero cuando se durmió tuvo un sueño muy extraño que no tenía nada que ver con Varku, su pueblo, ni con ningún habitante, ni siquiera con Melión, pero que de alguna forma le resultaba familiar...

Abrió los ojos lentamente. ¿Qué era aquello que había perturbado su descanso? Tal vez un animal nocturno, quizás las primeras gotas de rocío del amanecer... Pero no, no era nada de aquello. De repente lo vió. Era un pequeño hombrecillo del tamaño de su dedo pulgar que revoloteaba alrededor de su nariz con impaciencia.
-Hombre, ¡por fin te has despertado! Me ha costado mucho, y no creas que yo aguanto muchas cosas de estas.
-¿Qué? ¿Cómo? ¿Quién es usted?
-Mi señora, yo no soy más que un mensajero de su patria, que, ahora que su primo Laaw ha fallecido la reclama.
-¿Mi señora? ¿Mi patria? ¡Yo no conozco a ningún Laaw! ¡Yo solo soy una chica de catorce años, granjera, y desde luego no soy señora de nadie! -exclamó Doira enfadada y confusa.
-Mi señora, es el momento de La Revelación -Doira escuchaba, aunque extrañada, el discurso del hombrecillo atentamente-. Su nombre no es Doira, si no Luciérnaga, que ilumina la noche y el camino. Señorita, es usted una reina, la nueva reina de Tuges, su mundo.
-¿Yo reina? ¿Esa no es mi madre?
-Señorita, necesito darle esto.
¿Qué es? -cuestionó la chica con curiosidad.
El mensajero sacó de un diminuto bolsillo un pergamino atado con una cinta azul claro.
-Lealo.
Doira lo leyó despacio, y muy sorprendida le preguntó:
-¿Debo marcharme ahora mismo, según dice aquí?
-Debe ser fiel a sus orígenes ¿no?

La primera luz de la mañana la despertó, dándole en los ojos. Se los frotó con una mano, y a la vez fue recordando cosas, supuestamente un sueño que había tenido relacionado con un mensajero y una reina de un mundo muy extraño llamado Tuges. Decidió no pensar más en ello y con la mano que le quedaba libre se apoyó en el suelo para levantarse, pero al hacerlo, algo que estaba encima de su tripa cayó al suelo rodando. Era un pergamino atado con una cinta azul.

No hay comentarios:

Publicar un comentario